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La Naturaleza no se equivoca: las consecuencias de comer sano y hacer deporte. Y un desayuno muy especial

Hoy es día 3 de enero, el tercer día del nuevo 2015 y estoy felicísima de empezar el año no con un solo como tengo por costumbre ya desde hace bastantes años sino con una muy buena compañía. Así es, empezamos con mucha energía, muy positiva y con una nueva colaboración. Hoy os presento a Víctor Suárez, puede que incluso ya lo conozcas, en la red lo encuentras como Bio Víctor. Y, ¿qué te puedo contar yo de Víctor? Pues sólo cosas buenas, cosas buenas de sus colaboraciones desinteresadas; de sus ideas y su estilo de vida consciente, sostenible, compasivo y ético; de sus conocimientos multidisciplinares que van desde el mundo de la informática a cómo cuidar del huerto; de… Podría escribir largas líneas, pero prefiero que lo conozcas por tí mismo/a, ya que estoy segurísima que vas a querer leer cómo se presenta él mismo en su blog después de leer lo que ha escrito hoy para nosotros. Pero, tomando prestadas algunas palabras de su blog, sí que te voy a decir que Víctor es una de esas maravillosas personas que cree que es posible dejar un mundo mejor del que había cuando llegamos y por eso se despierta todos los días con una sonrisa en los ojos, pensando: ¿Qué voy a hacer hoy?

En su compañía al final de este post, te dejo yo también una receta súper sencilla y deliciosa con la que disfrutar cuidándote: una leche vegetal sin semillas… ¿Una leche sin semillas? ¿Sin frutos secos? ¿Sin coco? ¿Sin sufrimiento animal? Así es, no sólo es posible, sino que es de lo más saludable. Pero no saltemos aún a la receta, te dejo primero con Víctor y las reflexiones que tiene que compartir con nosotros, espero que las disfrutes  tanto como lo he hecho yo. ¡Qué suerte rodearse de personas tan conscientes y sabias!

La Naturaleza no se equivoca: las consecuencias de comer sano y hacer deporte regularmente.

— Mami, ¿cuál es el animal más inteligente de la tierra?
— Los humanos, hijo.
— ¿Seguro?
— Claro, por eso tenemos escaleras mecánicas y comida artificial envasada que dura cinco años.
— Pero… Eso no nos hace más inteligentes, más bien al contrario.
— Da igual, somos los animales más inteligentes y punto. Y deja de leer esas revistas raras, te hacen pensar demasiado, y tú tienes que ser normal.

Tenemos el mayor parecido genetico (99%) con los grandes simios, sin embargo, y a pesar de nuestras similitudes fisiológicas casi idénticas con ellos, nuestra alimentación es radicalmente distinta. ¿Nos acarreará esto problemas? O, por el contrario, ¿será que nos está yendo bien?

La Naturaleza, esa madre tan sabia, ella no se equivoca. Todas las especies con una fuerte relación genetica, sin excepción, sus alimentos son practicamente los mismos. No es casualidad, es causalidad. Es decir, tiene una razón de ser, y que podemos obviar, pero eso tiene sus consecuencias, aunque ya estén casi todas ellas normalizadas.

No sólo estoy convencido, sino que lo estoy viviendo en primera persona. Una buena alimentacion con deporte y constancia nos lleva a un estado de salud óptimo que se ve reflejado, indiscutiblemente, en nuestra apariencia fisica. Pero como ya sabemos, el envoltorio que nos cubre es completamente superfluo. Lo que es realmente importante es que un cuerpo sano es el reflejo de un organismo muy saludable y que funciona correctamente.

Ya los sabemos de memoria, los beneficios de hacer deporte:

  • Favorece el sistema cardiovascular
  • Disminuye la presión sanguínea
  • Mejora la circulación
  • Reduce el riesgo de ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares
  • Mejora la salud mental
  • Reduce el estrés
  • Aumenta el funcionamiento del sistema inmunitario
  • Ayuda a mantener un nivel saludable de azúcar en la sangre
  • Beneficia la calidad del sueño

Pero a pesar de aprenderlo en la guardería, no lo aplicamos hasta que nos salen canas o hasta que el médico nos pone entre la espada y la pared con su «O hace usted deporte regularmente o le quedan muy pocos años de vida y con una calidad pésima».

Por si fuera poco, a muchas personas les preocupan los famosos «achaques de la edad». ¿Que será eso? Son esos dolores e incapacidades que «inevitablemente» llegan a medida que cumplimos años. Es como si no pudieramos hacer nada contra ello. Nos convertimos en víctimas del destino. Falso, terriblemente falso y por otro lado muy desalentador.

Si realmente reflexionamos, existen muchas poblaciones donde no existe la jubilación como la conocemos en España o en los países industrializados. Tenemos la idea de que cuando te jubilas, automaticamente te conviertes en algo insevible para la sociedad productiva. Eres un despojo humano, al que sólo le queda esperar sentado el fin de sus días. Qué triste, ¿no?

Es importante recordar que existen varias enfermedades genéticas y que algunas personas son más propensas que otras a desarrollarlas. Es decir, algunas tienen una semilla de mayor o menor medida, pero eso no significa que vayan obligatoriamente a germinar hagamos lo que hagamos. Tanto la alimentación como el deporte juegan un papel importante en el desarrollo o no desarrollo de esas enfermedades genéticas, es decir, en que esa semilla brote o se quede dormida.

Los casos de cáncer y de enfermedades entre los animales salvajes son tan raros que casi no se conocen. Y los grandes simios no son la excepción. Ellos y ellas tampoco enferman, viven plenamente hasta su último día de vida. Pero, y… ¿qué pasa con los humanos, esos homínidos tan inteligentes y parecidos a los grandes simios? Ese es el quid de la cuestión y es por eso por lo que he escrito este artículo.

Los monos saben instintivamente qué deben comer. Y a pesar de sus grandes colmillos (les sirven para amedrentar a sus posibles agresores) comen básicamente frutas y verduras de hoja verde en estado natural, es decir, crudas. Lo repito: frutas y verduras de hoja verde crudas. ¡Uf! ¿Qué humano podría comer así? Suena muy extremo. Somos la única especie que enferma tanto, con creces, y que además, refina sus alimentos, que los rocía con veneno, que los somete a altísimas temperaturas…  Estamos muy ocupados en seguir siendo productivos, en vez de mirarnos un poco más por dentro y ser críticos con nosotros y nosotras mismas. Pero, claro, como «los achaques de la edad» van a llegar igual, ¿para qué vamos a preocuparnos antes de tiempo? Mejor vivir a todo trapo sin importar nada lo que comemos o el deporte que hacemos, que ya vendrá el médico a obligarnos a ser «buenos».

Por suerte, las poblaciones más longevas del planeta corroboran que comiendo como nuestros hermanos genéticos, alcanzamos un estado óptimo de salud. Es normal que sus habitantes lleguen a los 110 años de edad, casi no existen los cánceres o enfermedades degenerativas ni mentales, y las mujeres dan a luz hasta con 65 años. Según Alexander Leaf, profesor de medicina clínica de la Universidad de Harvard en su libro «Youth in Old Age», las tres poblaciones más longevas del mundo son: los y las abcasias, los y las hunzas, los y las vilcabamba.

Que causalidad que todas ellas sean fisicamente muy activas toda su vida, y que su gasolina sea practicamente igual que la de los grandes simios. Siento mucho decir que no somos el animal más inteligente de la Tierra y, si lo somos, lo disimulamos tremendamente bien.

Ahora mi pregunta final, ¿en vez de ser víctimas de nuestro futuro poco prometedor, por qué no tomamos las riendas de nuestra vida y de nuestra salud? No me cabe duda, ninguna, que podemos hacer muchísimo más para evitar desarrollar esos mal llamados «achaques de la edad» y evitar que germine la semilla de la enfermedad. Sólo debemos copiar a los hunzas, a los abcasias, a los Vilcabamba. También podemos copiar a los grandes simios para alcanzar un estado óptimo de salud.

Deberíamos poner más veces en tela de juicio nuestros hábitos, nuestras enfermedades y la —o, mejor dicho, prevención— de éstas últimas.

«Que tu alimento sea tu medicina, y que tu medicina sea tu alimento”, Hipócrates.

Un desayuno muy especial: leche de frutas con mermelada de mango y granada

Después de esta fantástica reflexión de Víctor, pues yo te propongo un desayuno delicioso —o merienda, o plato principal— que espero que esté a la altura. Sí, sí, si me sigues, ya sabes que yo estoy de acuerdo con Víctor y que también pienso que la base de nuestra alimentación debe estar basada en nuestros alimentos biológicos que son, esencialmente, las hojas verdes y tiernas y  la fruta jugosa. El resto, pues no es tan esencial, y recetas más elaboradas y golosas, pues son geniales para situaciones sociales, ocasiones celebrativas o para darse un gusto cuando se echan de menos texturas o sabores de algún comestible de nuestra dieta anterior sin tener que hacer una enorme concesión ni comer alimentos refinados con ingredientes feotes en su fórmula.

Y, ¿cómo comer esos alimentos biológicos? Pues, sinceramente, de la manera más sencilla posible, intentando combinar bien y mezclando lo menos posible (si te interesa aprender sobre la correcta combinación de los alimentos para una buena digestión, tengo una recomendación para tí, el libro La combinación de los alimentos del naturópata Herbert M. Shelton).

Por esto te dejo este desayuno tan especial, pura fruta, pero con la textura y los colores del mejor desayuno que puedas echar de menos o que puedas probar por primera vez. Lo mejor, sin semillas oleaginosas, ni con almidones, ni grasas añadidas, para que tengas más opciones para variar los menús en tu día a día. Los cereales, los frutos secos, las semillas oleaginosas o almidonosas, son alimentos que podemos tomar de cuando en cuando, como algo excepcional, pero de los que no debemos abusar y sin los que pasaríamos perfectamente. Es más, las tan conocidas recetas (y tan ricas) para pasteles crudiveganos, crepes de frutas y semillas de lino, granolas, leches dulces con muchos frutos secos… todas estos platos súper star de la cocina crudivegana, pues justo son los que menos responden a nuestra biología y, las más de las veces, son de una pésima combinación para una digestión óptima. Sin embargo, las frutas y las hojas verdes tiernas, éstos sí, éstos son los alimentos que no deben faltar nunca en tu dieta y los que deben abundar y formar la base de tu alimentación. Haz que tus alimentos biológicos sean los que forman tu plato día a día y deja que el resto sea una puntual excepción y estarás haciéndote el mejor regalo que puedas hacerte nunca.

Aish, pero te dejo ya con la receta. Es una delicia, la verdad, de un colorido increíble y muy rico en texturas. Una receta con la que sorprender seguro, seguro.

Leche de frutas con granada y mermelada de mango

Tiempo de preparación: 15 min Tiempo de cocción: no necesita Listo en: 15 min
Para 2 personas

Ingredientes

20 lichis, pelados y deshuesados
1 granada, pelada y desgranada
1 mango, pelado y deshuesado
2 vasos de agua de manantial o filtrada

Metodo de preparación

En una batidora de vaso, batir el mango hasta obtener una mermelada densa y muy suave, reservar. Batir, en una batidora de vaso, los lichis con el agua hasta obtener una bebida blanca y suave.

Repartir los granos de granada en dos cuencos, cubrir con la leche de lichi y repartir la mermelada de mango en los dos cuencos con cuidado para que no se mezcle con la leche. Servir inmediatamente.

No te sorprendas por el sabor, ya te digo que es deliciosísimo y sencillo, sencillo como comer según nos ha diseñado la Naturaleza. Ya me contarás…

Ah, y si te gustó, pues tengo otra receta para leche de frutas para tí: en vez de lichis, puedes utilizar la pulpa de la chirimoya, o la de la guanábana. Las mejores leches vegetales sin duda.

¡Bon appétit!

 

Este año, ¿turrón rosa? ¡Oh, sí, sí, sí! Delicioso, saludable y original

En estas fiestas, este dulce ha sido una de mis excepciones. Sí, sí, aunque es uno de los dulces más saludables que se encuentra en mi recetario de repostería, sigue siendo poco recomendable comer demasiadas grasas o frutos secos, especialmente es importante no darle más trabajo del necesario a nuestro hígado.

Pero, bueno, estamos en fiestas, ¿verdad? Y comer un poquito más de la cuenta de grasas saludables no le hace daño a nadie, si no es una costumbre diaria, claro está; y especialmente si el resto de la dieta ha sido tan saludabilísima como tiene que ser.

Básicamente, durante estos primeros días de fiestas, en casa hemos estado comiendo de lo más equilibrado. Por la mañana, un buen tazón de leche vegetal casera tibia y un buen paseo de varias horas para hacer ejercicio y tomar el poquito sol que nos ofrece el día en estas fechas.  No hay que olvidarse que nos alimentamos de muchas cosas más que de verduras, hojas, hortalizas, frutas y algunas semillas. Hacer ejercicio es primordial, sobre todo ejercicio no estresante; estar con los seres queridos; construir un día a día lleno de ilusiones y buenos momentos; socializar; estimular nuestra creatividad; hacer actividades que nos gusten; respirar aire fresco; tomar el sol… Hay tantas cosas que no siempre podemos hacer y de verdad necesitamos. Y estos paseos matutinos recogen tantos puntos de esta lista. Son maravillosos, la verdad.

Después de este desayuno de lujo que os describo (leche vegetal + paseo), a la vuelta a casa, ya es hora de almorzar y, tras una buena caminata de horas, créeme que hay hambre. Las comidas, pues bien equilibradas, con mucha hoja en una gran ensalada aliñada con zumo de cítricos y tamari, y otros platos vegetales de segundo, una crema verde o batido salado con hojas y verduras y con agua tibia. Sencillo, bien combinado, ligero y rapidísimo de preparar. Después de comer, una buena pausa y una buena película acompañada de un buen té aromático con algunos dulces raw vegan navideños de factura e invención propia —algunos los encuentras en este blog—. Más tarde otro paseo o una buena lectura y una cenita ligera, generalmente una ensaladita como al mediodía, pero menos grande.

Así que como ves no he aplicado el refrán “en casa del herrero, cuchara de palo”, qué va. Más bien al contrario, estoy teniendo unos días de lo más saludable, una corta pausa para reequilibrar mi bienestar general, que ya lo necesitaba después de unos intensos días de trabajo.

Pero, bueno, darse un capricho también entra a formar parte de ese reencontrar el balance. Aquí mis dulces son muy bienvenidos. Sanos, saciantes, saludables y, siempre, siempre, ¡deliciosísisisisimos! Pero eso ya lo sabes, ¿verdad?

En todo caso, nos tenemos que convencer que no es tan difícil llevar una alimentación sana en Navidades. Si comes fuera de casa, siempre puedes preparar algo para compartir. Prepara aquello que sepas que va a ser lo menos saludable en la casa donde vayas a ir como invitado/–a. No sólo te cuidas tú, sino que también contribuyes al bienestar de los demás. Y si es con un dulce tan caprichoso como éste que tenemos aquí hoy, ya te aseguro yo que para la próxima vez que haya cena te van a pedir que lleves algún postre rico. Te lo digo con conocimiento de causa, ¡ha!.

Así que, para que enriquezcas tu repertorio, aquí te dejo la receta para este turrawn de chocolate blanco y fresas. No hace falta que lo prepares para Navidades sólo, es tan gustoso y tan suave que lo podrás preparar y disfrutar en cualquier ocasión. Tú eliges cuál. Yo lo he preparado de una manera un poco improvisada, así que las medidas las tienes por tazas. Bueno, si fue más fácil para mí prepararlo así, seguro que también lo será para tí. Ya me contarás…

Ingredientes

1 taza de manteca de cacao cruda, en estado líquido
1 taza de harina de almendras crudas (yo la preparo a partir de almendras activadas, peladas y deshidratadas)
1 taza de fresas liofilizadas
1/2 taza de almendras enteras crudas, activadas y deshidratadas
10 gotitas de estevia líquida, con los principios activos (la encuentras en herbolarios)
1 pellizquito de sal marina
1/2 c. pequeña de semillas de vainilla crudas

Método de preparación

Combinar todos los ingredientes menos las almendras enteras activadas y deshidratadas en una batidora de vaso y batir hasta obtener una mezcla suave y bastante líquida. La batidora de vaso calentará la mezcla y hará que los aceites de los ingredientes se vuelvan más líquidos.

Verter la mezcla en un bol de cristal y remover suavemente con una espátula para enfriar un poco la mezcla. Nos interesa que la mezcla tenga una textura parecida a la miel, densa pero aún líquida.

Una vez conseguida la textura que perseguimos, combinar con las almendras en el mismo bol y mezclar con la espátula. Verter en un molde para chocolates o turrones y dejar enfriar a temperatura ambiente como una hora.

A la hora, ya podemos desmoldar y cortar en cuadritos con la ayuda de un cuchillo grande de cocina y guardar en botes de cristal con tapa hasta la hora de consumir.

Una vez preparado tu turrawn de chocolate y fresas, lo puedes guardar en botes de cristal en la nevera durante un año. Se mantendrá perfecto, si es que llega a durarte tango, claro está.

Espero que te haya gustado la receta. Aún quedan días por delante para fiestas e incluso regalos. ¿Quieres hacer un regalo con amor? Pues unos buenos chocolates saludables y conscientes como los de esta receta seguro que sorprenden a cualquiera. Y esto también te lo digo con conocimiento de causa.

¡Bon appétit!

Veganismo y situaciones sociales: el temor a la diferencia

Y, ¡bien! La mayoría de nosotros ya estamos de vacaciones o prevaciones, ¿verdad? Algunos, previsores, seguro que ya tenéis pensado el menú para fiestas, especialmente para los días que hayáis invitado a familiares o amigos. En mi caso, no tengo pensado nada «especial», la verdad, prepararé algo fresco y sencillo dependiendo de lo que encuentre de temporada y ecológico este miércoles 24 de diciembre.

Para mí alimentarse es una ocasión muy especial para preparar los alimentos con amor y conciencia, y, porqué no, también una celebración, una oda a la vida: la que ponemos en nuestro plato y la que nos nutre, construye nuestros tejidos y nos da energía.

Este año he reducido el consumo de frutos secos y semillas a casi nada, y los únicos alimentos con frutos secos o semillas que voy a consumir, y muy puntualmente, van a ser sólo fermentados —cremas, quesos, yogures— para aprovechar así las propiedades probióticas de estos alimentos. Para estas fiestas, tengo pensado básicamente preparar ensaladas deliciosas y nutritivas y alguna cremita vegetal. ¿Qué mejor plato que ofrecer a tus invitados y a tu familia que el más saludable y el hecho con mayor amor? Me encanta que las ensaladas no sólo estén presentes en todos los menús, sino que sean las protagonistas del menú en los días especiales.

Si piensas como yo, que alimentarse es un acto natural, ético, moral, político y una opción de salud, seguro que muchas veces te has encontrado en situaciones sociales en las que las bromas a costa de tu menú, o simplemente las preguntas (siempre las mismas), te sobrepasan. Al final, a base de “entrenamiento” año tras año una se acostumbra a la misma situación una y otra vez. ¡Qué remedio! Es como una cantinela que no cesa, habrá que ponerle música, ¡ha! Pero eso, en mi caso, jamás ha sido motivo para desistir o para comer lo que no me apetece ni deseo comer sólo por pasar desapercibida en alguna situación con amigos, compañeros de trabajo, etc. Estas cosas, en el fondo, son mucho más fáciles y naturales de llevar de lo que a veces nos parece, ¿no crees?

Aunque en vez de hablarte yo de las situaciones sociales generadas alrededor de la opción de dieta personal, te voy a dejar con Laura Paglia, que colabora hoy con este magnífico artículo para Kijimuna’s Kitchen. Laura es muchas cosas, entre ellas una persona sabia, sensible, coherente y comprometida. Es, entre otras profesiones interesantísimas, asesora nutricional y coach de vida saludable. Encontrarás muchísima información de valor e interés en su blog Vida Natural Ética y Sana.

Para mí es un honor incomparable poder compartir este espacio hoy con ella para desearte unas muy felices fiestas, vivas, naturales, éticas y saludables y colmadas de amor. Te dejo ahora con Laura y espero que te guste su artículo: es un regalo para ti de las dos.

Veganismo y situaciones sociales: el temor a la diferencia

En mis cuatro años largos en el mundo del veganismo, me he topado miles de veces con la pregunta del millón: ¿¿¿qué comer cuando no estoy en mi casa??? ¡Terror!

Creo que todos los veganos, excepto los pocos afortunados que han nacido en el seno de familias y comunidades veganas, han pasado por eso… Incluso, de cierta forma, yo.

No tanto por la disyuntiva del ¿qué como?, siempre he sido rarilla al comer y mis amigos, familiares y compañeros de trabajo me han visto desde siempre pedir en las más diversas situaciones un plato de verduras a la parrilla en los restaurantes, o quitar ese o aquel trozo de carne de un plato preparado en casa, o traerme mis propios calabacines y pimientos a un asado argentino.

Más bien para mí hubo un periodo en el que me “sentía diferente”, sentía algo que los anglosajones describen como being self-concious, ser extremada y dolorosamente sensible a la mirada de “los otros”. Es la sensación que hemos experimentado todos en algún momento de nuestras vidas, al entrar por ejemplo en una sala repleta de personas que no conocemos, y tener la impresión de que TODOS se dan la vuelta para mirarnos. Horror…

Creo que esta sensación, que nos lleva a pensar que todo el mundo a nuestro alrededor está pendiente de cada palabra y pequeño movimiento que hagamos, viene en un “pack” con el cambio de consciencia. Si reflexionamos no es tan sorprendente: el cambio al veganismo es muy profundo y se trata de un cambio, principalmente, de sensibilidades.

Además, los cambios en nuestra vida son muy “visibles”, en especial durante esos momentos en los cuales la gente tiene tiempo para notarlos… y comentar: la hora de la comida, las reuniones familiares o de amigos, los almuerzos o cenas de trabajo. No es sorprendente, en mi opinión, que nazca en nosotros esta sensación de self-conciousness, creo incluso que sería más extraño que no aflorara.

Es una sensación que tenemos cada vez que pedimos algo de comer, algo que nuestros allegados sabrán instantáneamente que no entra en nuestro “repertorio habitual”. En un momento u otro saldrá ese temido comentario: “Que, ¿sólo vas a comer esa ensalada? Estás a régimen?”, o “Y ¿no quieres el jamón serrano que tanto te gusta?”.

Ensalada de rúcula, uvas y queso de macadamia

Y luego tenemos que aguantar esta broma: “¿Cómo haces para descubrir a un vegano en una reunión? ¡No te preocupes, el mismo te lo dirá!” como si fuera inevitable que un vegano no hiciera nada más en la vida que hablar de veganismo (y según ese chiste, imponerlo a otros, ¡pesados, pesadísimos veganos!). Por supuesto, el veganismo es una filosofía de vida, así que el tema saldrá en muchas de nuestras conversaciones. Pero la mayoría de las veces nos “declaramos” veganos como respuesta a preguntas y comentarios de ese tipo, inexorablemente directos hacia nosotros. No vamos a dejar a la gente con la palabra en la boca, ¿¿¿no???

En muchas ocasiones, durante los dos primeros años desde mi cambio hacia el veganismo, para evitar entrar en intercambios interminables en los que no me sentía completamente cómoda, soltaba las excusas típicas. “No tengo mucha hambre”. “He comido algo anoche que no me ha sentado muy bien y quiero algo ligero”. “Es que ahora mismo no me apetece, gracias”. “Sí, ¡¡¡estoy a dieta!!!”. No lo decía para renegar de mis principios, sino simplemente para “no complicarme la vida”.

Con el tiempo me he dado cuenta de que si el veganismo no llega a hacer parte de la “normalidad”, del día a día de la gente, nunca habrá un verdadero cambio. Por esta razón, a los dos años de ser vegana, tomé la decisión consciente de no “esconder” más mi veganismo, y si salía el tema decir simplemente que… “soy vegana”, porque eso es lo que soy (entre muchas otras cosas).

Me di cuenta de que haciendo eso sin el temor a ser diferente, no sólo no pasaba absolutamente nada, sino que podía convertir esos comentarios en ocasiones para compartir información. Haciéndolo sin el miedo de “ser agobiada” por las reacciones de los otros, podía contestar serenamente. Haciéndolo sin sentirme observada y analizada, sin estar pendiente de mi, podía reaccionar dándome cuenta de la energía que desprendía la situación, siendo capaz de captar si el comentario denotaba un real interés o si después de las primeras palabras la persona que tenía delante quería seguir con otro asunto.

Este es, claramente, un método muy eficaz para compartir con otros determinada información. Los datos que se pasan de forma forzosa a un interlocutor desinteresado entrarán de un oído y saldrán de otro, solo servirán para perder tiempo y energía y a la otra persona probablemente le hayan incluso molestado (¡¡¡es como la publicidad!!!).

Poco a poco me di cuenta de que las técnicas de comunicación que utilizaba antes “por ser rarita” eran las mismas que podía utilizar en esta nueva etapa de mi vida (que me acompañará hasta el fin de mis días). Cuando alguien antes me preguntaba “Que, ¿sólo vas a comer esa ensalada? ¿Estas a régimen?”, le contestaba que prefería dejar chuletas y pescado al que le gustaran y pasaba, de forma natural, a otro tema. No le daba ni más ni menos importancia que eso, un simple comentario. Ahora mi respuesta es “No, no estoy a dieta, soy vegana (smile!)” y paso de igual forma, naturalmente, a otro tema. Si me doy cuenta de que mi comentario ha dejado una puerta abierta, dejo que las personas entren solas a preguntar lo que les interesa. Y luego por supuesto aprovecho para soltar información 😉 siempre estando pendiente a las energías, y no al sentirme “rara” o “diferente”.

La normalidad parte de nosotros. Si nosotros nos sentimos diferentes, actuaremos como si lo fuéramos. El animal humano es un animal gregario, somos ciegos a la conformidad pero ¡¡¡tenemos antenas parabólicas para captar la mínima diferencia!!! Sentirnos, y, por consecuencia, actuar como si fuéramos diferente es la forma mas rápida para llamar la atención del grupo, una atención que en ese momento es lo ultimo que queremos.

En ingles hay otra frase que me gusta mucho y que reza “fake it til you make it”. Se traduce a algo así como “hazlo de mentira hasta que te salga de verdad”. ¿Nos sentimos raros por ser veganos en un restaurante, una reunión familiar, una cena de trabajo o una salida con amigos? Fake it til you make it! Finge contigo mismo que no eres raro, para nada. Funciona, cada vez que se hace funciona mas y mejor, y ¡llegará el día en el que no tendremos que fingir… porque nos sentiremos así de verdad!  😉

En el momento en que el veganismo sea considerado en nuestra sociedad algo perfectamente normal, habremos llevado parte del cambio que queremos ver, al mundo que nos rodea. Y esa normalidad empieza con nosotros! Cuando sintamos que somos parte integrante de nuestra comunidad, una persona como cualquier otra, podremos pasar a preocuparnos por lo que verdaderamente importa: trabajar eficazmente para que se reconozcan los derechos de los seres animales.

Y como bonus habremos pasado de sentirnos incómodos cada vez que salgamos a comer, a disfrutar de las reuniones, ¡como debería ser!

Es cierto, no sentirnos diferentes es mucho mas fácil cuando haya pasado un tiempo desde nuestro cambio hacia el veganismo, cuando hayamos recopilado información suficiente acerca de esa realidad que tan bien se esconde como para mantener un mínimo de conversación. También es mas fácil no sentirnos diferentes cuando hayamos descubierto unas cuantas tácticas y estrategias para, por ejemplo, pedir en un restaurante consiguiendo que no nos traigan atún, pescado, huevos, yogur, queso, nata, mayonesa o jamón, a pesar de haberle dicho bien claro al camarero que no comemos nada de origen animal (pero… ¡¡¡el jamón no es carne!!! ¿Nos suena eso?). Al principio me explayaba cada vez que estaba en un restaurante, bloqueando al camarero y a todos los otros comensales (¡vaya forma de no llamar la atención!), ¡¡¡y jamás conseguí que ninguno de esos profesionales de la restauración entendieran realmente lo que es un vegano!!!

Ensalada de espincacas baby, cítricos, algas y setas

Ahora elijo mis “batallas” y evito, en lo más posible, las pérdidas de tiempo y energía para mí, evitando al mismo tiempo irritar a camareros y compañeros de mesa. También ayuda haber hecho las experiencias que he hecho, encontrarme en situaciones en las que antes me hubiera sentido verdaderamente incómoda.

Un par de ejemplos. He prestado mis servicios de traductora intérprete en el Hospital Costa del Sol de Marbella durante tiempo, y hace un par de años la dirección del centro de salud nos invitó, a mis compañeros y a mi, a un almuerzo de Navidad en la cafetería del personal. Asumí, dado que la reunión se iba a celebrar en la cafetería, que sería un simple encuentro informal para desearnos felices fiestas y juntarnos, por una vez, todos bajo el mismo techo ya que cada intérprete hace su turno solo. Mi plan era pedir lo que fuera totalmente vegetal, aunque se tratara de un bocata de pan blanco y lechuga iceberg, y solucionado el asunto. Pero, ¡¡¡surprise!!! Nos habían preparado una habitación privada para nuestro encuentro, en ella había una mesa para unas 25–30 personas CUBIERTA con platos “festivos”… Sólo diré que lo más “vegano” en esa mesa era el queso curado :-(. Bueno, como ya había tomado la decisión de que el veganismo es algo perfectamente normal, me senté, esperé que todos hubieran pedido sus bebidas y llame a la camarera. Le pregunté si por favor me podría traer 2-3 piezas de fruta… Sí, seguro, me miró con cara extrañada, pero no me dijo ni pío y me trajo dos plátanos y una manzana. Si, también cuando me los trajo hubo una oleada de ojos volviéndose hacia mí. Y ¿qué? El veganismo es algo perfectamente normal. 🙂 Me preguntaron, y contesté. Así de simple. Aproveché para comentar que comiendo vegano y crudo había solucionado todos mis temas de salud, diagnosticados en ese mismo hospital, muchos de ellos como crónicos. Muchos compañeros se sorprendieron, se interesaron y luego la conversación siguió por donde tenía que seguir.

Otro escenario, vuelo Malaga–Madrid. Pasan los azafatos con el carrito de la “comida” y les digo “No, gracias». 🙂 Luego me doy cuenta que ese día no sabría cuando iba a tener ocasión de comer, así que le pregunto si no tendrían por casualidad algo de fruta fresca. Me contestan que no, no me sorprende, estoy en un avión. Terminado el servicio y recogido el carrito al fondo, alguien me da toquecitos al hombro: uno de los azafatos está allí plantado, en el medio del pasillo, ¡¡¡con una manzana y un plátano en la mano!!!

Ese día fue cuando DEFINITIVAMENTE perdí el miedo a ser vegana en “situaciones de comida”. ¡¡¡Si conseguí comer algo a diez mil metros de altura, lo voy a conseguir en cualquier otro lugar y situación!!!

También me ha ayudado el poner el “problema” en perspectiva. Si bien es cierto que cuando se sale a comer uno quiere disfrutar de la comida, en muchas ocasiones la comida no es lo más importante. Para mí, y para cualquier vegano, antes de lo que se pueda disfrutar comiendo viene la ética, eso es obvio. La realidad es que, la mayoría de las veces, cuando salimos a comer ¡lo que importa de verdad es la compañía! Que sea una cena familiar, una salida al campo o una quedada en casa de amigos, o incluso una reunión de trabajo (en ese caso lo más importante tampoco es la comida, sino el negocio), la comida se puede quedar en segundo plano, si así lo decidimos. Cuando salgo a comer opto por dar importancia a la compañía, ya que sé que muy probablemente comería mejor en mi casa, y suele ser así para veganos y no veganos, con la excepción de las cenas en restaurantes de tres estrellas Michelin! Si no llego a comer manjares exquisitos no pasa nada, sé que mis tomates de la huerta de Alhaurín son cien veces mas sabrosos que los de supermercado que me van a dar en un restaurante. Y sí, los tengo que pagar igual, pero decido ver el pago de ese dinero no como contraprestación de la calidad de mi comida, sino como la oportunidad de quedar con alguien del que aprecio la compañía. Si me quedo con algo de hambre, ¡¡¡tampoco pasa nada!!! O ¿es que no tengo casa propia a la que regresar unas horas después, y llenar mi barriguita con ricos tomates de huerta? No me voy a morir de hambre por eso, estoy segura 😉

Así que, para terminar, ¡¡¡seamos valientes que llegan las fiestas de Navidad!!! Fake it til you make it, y como guinda, llévate algún platillo vegano a casa de la abuela, como si fuera lo más natural del mundo, ¡¡¡ya verás como te lo quitan de las manos!!!

Porque el veganismo ES totalmente normal, si alguien no lo ve así (o lo desconoce) eso es tema suyo, y si pregunta allí estaremos nosotros para aclarar sus dudas 😉

¡¡¡Felices VegaNavidades!!!

Dobladillos de alma con frutos del bosque y el misterio de las manzanas

Esta entrada que ariae preparado para tí hoy es un regalito desde el fondo del corazón. Es una entrada doble, con una nueva colaboración y un misterio que nos desvela mi invitado de hoy, Mariano Maturana.

Algunos ya conocéis a Mariano, mi compañero de vida y, a veces, mi compañero de trabajo. Kijimuna’s Kitchen tiene mucho que agradecerle a él y a su apoyo incondicional; a veces, por simplemente estar ahí y tenderme un cable cuando las veinticuatro horas del día no han sido suficientes como para poder dedicarme a mi trabajo de profesora en la Universidad además de organizar los talleres de Kijimuna’s Kitchen y dedicarle horas de amor y cariño a este blog que construyo para aquéllos de vosotros que sintonizáis de cuando en cuando tan pronto como tenéis unos minutos libres o, fervorosamente, dia a día; y otras veces por estar ahí cuando aún mi estado de salud me tenía convencida de ser un ser frágil y delicado afectado de una grave condición inmune que iba a marcar mi vida y mi futuro y que me iba a ser imposible superar. Muy posiblemente siga siendo ese mismo ser frágil y delicado, pero mi propia experiencia me ha demostrado que la fuerza es algo que no es sólo físico, algo dentro de mí me dice que yo puedo, que tú puedes, que nosotros podemos juntos y por separado organizar nuestras vidas y nuestro día a día para sanar, para cuidarnos, para ser esas maravillas que la Naturaleza creó, para vivir de una manera consciente, ética y lo más sostenible posible, para ayudarnos e inspirarnos los unos a los otros de manera directa o indirecta, para abrir los ojos sin miedo y entender las cosas que antes pasaban desapercibidas y tomar las medidas necesarias para luchar por el mundo que sí queremos y acabar con el mundo que no queremos.

A veces, la cosa puede ser tan sencilla como hacer reflexionar o transmitir amor con los ingredientes de una receta, con una historia, con un cuento que nos haga sonreir y, sobre todo, que nos sorprenda como una caricia inesperada o una bocanada de aire fresco y limpio en el día a día más o menos ocupado y preocupado en el que todos vivimos.

Así que éste es mi regalo de hoy para tí, una entrada doble; una receta y una historia que sé que sin duda te van a encantar: dobladillos de alma con frutos del bosque y el misterio de las manzanas. Hoy, la receta llegará al final de la entrada y es requisito que leas la historia que hoy nos regala Mariano para que descubras el por qué del título de mi receta. ¡¡¡Aquí viene, aquí viene!!! Prepárate un té calentito para disfrutarla mientras te tomas unos diez minutos para desconectar. Desde aquí, ambos te enviamos un abrazo invisible pero gigante como el Universo.

El misterio de las manzanas

Al parecer no es aventurado aseverar que la manzana es la madre de nuestros alimentos. Ninguna otra fruta, como ella, es parte de incontables anécdotas, leyendas y tradiciones que abarcan diversas culturas y civilizaciones. De todas las menciones a la manzana en la historia occidental, desde la Big Apple de Nueva York, la Apple de Steve Jobs, la Apple Records de The Beatles, la manzana de Adán y Eva, la manzana de Blanca Nieves, las manzanas que Heracles robó en el jardín de las Hespérides, las manzanas de la inmortalidad de la diosa Iöunn  y un largo etcétera, la que más me gusta, por su significado científico, ha sido la manzana que atrajo la atención de Isaac Newton quien, como no se fiaba de la magia ni de la religión, no acababa de explicarse cómo y por qué era posible que la luna estuviese allí flotando en el espacio, girando alrededor de la Tierra. Y cuando vio caer la manzana, comprendió que la luna no flotaba sino que caía, comprendió que la Tierra, Marte, el Sistema Solar, los planetas, los astros, las estrellas y todos los cuerpos en el espacio caían como manzanas a través del universo, una caída espectacular y maravillosa que llamó fuerza de gravedad. Manzanas que danzaban atrayéndose unas a otras.

El malus siversii (ancestro silvestre del manzano) nos ha acompañado desde el pasado de los tiempos en nuestro viaje como especie a través de los siglos. Tanto es así, que asentamientos de nuestros antepasados, que se remontan a dos millones de años, han sido encontrados alrededor de donde crecían y aún crecen los manzanos salvajes del Asia Central, junto al mar Caspio, lugar originario de nuestro manzano actual, el malus domestica (manzano).

Esta historia me la contó hace unos días una amiga arqueóloga argelina, Malika Hachid, que no veía hace años y me encontré de casualidad en Barcelona. Yo acababa de comprar dos kilos de manzanas que me encargó Consol para preparar uno de sus sorprendentes manjares crudiveganos. Estábamos en época de manzanas, a mediados del otoño. Malika se rió mucho cuando me vio con las manzanas, eran de esas pequeñitas, las mismas que Alejandro Magno, durante la conquista de Asia Central, aconsejado por su séquito de sabios decidió llevarse a Macedonia y desde donde comenzaron a trasplantarse a través de Europa. Me comentó que justamente venía de Quba, en Azerbaijan, donde acababa de asistir al festival de la manzana. Había sido invitada por la Universidad de Khazar para intentar resolver un curioso misterio de manzanas.

Como era media mañana fuimos a tomarnos un zumo verde mientras me contaba esta increíble historia. Según un estudio publicado en el Journal of Azerbaijan Archaeology, en unas excavaciones llevadas a cabo los últimos veinte años se encontró un monumento de piedra, aparentemente un menhir, cubierto de manzanas esculpidas por toda su superficie. Se trataba de los restos de una civilización desconocida hasta ahora. El equipo de arqueólogos decidió llamar al asentamiento Uqbar Alma, «Uqbar» es el lugar y «Alma» es «manzana» en azerbaijanés. Los resultados de las diferentes pruebas habían sido contradictorios e insuficientes para determinar el período exacto de su construcción, de ser ciertos el monumento se remontaría a una época protohistórica. Ciertas figuras grabadas en una caverna cercana eran parecidas a las encontradas en Tassili n’Ajjer y como Malika es la única arqueóloga que conoce en profundidad estos asentamientos neolíticos africanos fue invitada a estudiar las aparentes similitudes. Ella me comentó que estaba sorprendida que los restos humanos encontrados cerca del monumento, entre los manzanos salvajes de 7 y 8 metros, correspondían al período del paleolítico y según las primeras pruebas eran seres humanos que habían fallecido a la edad de 120 o 150 años. ¿No sería que su alimentación principal eran las manzanas?

Quedaban muchas preguntas interesantes por hacer e innumerables respuestas por descubrir. Lamentablemente, el tiempo inexorable que nos arrastra por el espacio interrumpió su alucinante historia. Ella debía estar en el aeropuerto en un par de horas. Nos despedimos. Ya habría otro momento. Continué mi camino por Barcelona con mis dos kilos de manzanas, que Consol iba a convertir en un deleite para el paladar.

Dobladillos de alma con frutos del bosque

Dobladillos de alma con frutos del bosque

Tiempo de preparación: 30 min Tiempo de cocción: no necesita Listo en: 8 horas
Para 8 dobladillos

Ingredientes

Para los dobladillos
1/2 taza de harina de coco
1/2 taza de semillas de lino dorado, recién molidas
1 pellizquito de sal
1 c. pequeña de canela en polvo
1/2 c. pequeña de jengibre en polvo
1/2 c. pequeña de clavo de olor en polvo
1/2 c. pequeña de nuez moscada en polvo
1 c. pequeña de ralladura de piel de naranja
1/4 taza de aceite de coco, en estado líquido
1 manzana con la piel y las semillas, batida hasta conseguir un puré muy suave
1 naranja, el zumo
1/2 taza de agua tibia

Para el relleno
125 gr de frutos del bosque variados, congelados
1 c. sopera de harina de coco
1 c. pequeña de canela en polvo
1/2 c. pequeña de jengibre en polvo
1/2 c. pequeña de clavo de olor en polvo
1/2 c. pequeña de nuez moscada en polvo
1 c. pequeña de ralladura de piel de naranja
5 gotas de estevia líquida, con los principios activos
1 pellizquito de sal

Para la mermelada
5 gotas de estevia líquida con los principios activos, de venta en herbolarios
1 c. sopera de semillas de chía
El agua sobrante al desongelar los frutos del bosque

Dobladillos de alma con frutos del bosque

Método de preparación

Combinar todos los ingredientes en seco para los dobladillos en un bol y mezclar muy bien con una espátula hasta combinarlos homogéneamente. Añadir todos los ingredientes húmedos y combinar hasta formar una pasta modelable. Añadir el agua al final del todo y sólo ir añadiendo poco a poco hasta que obtengamos una masa suficientemente modelable para hacer los dobladillos. Puede ser que necesites un poco más o un poco menos de agua dependiendo del jugo obtenido de tu naranja y de tu manzana. Reservar la masa para los dobladillos en un bol en la nevera mientras preparas el resto de ingredientes.

Colocar los frutos del bosque en un bol y dejar que se descongelen a temperatura ambiente o bien colocando en el deshidratador a una temperatura de 40 ºC. Una vez descongelados, colar el zumo obtenido de descongelar los frutos del bosque con la ayuda de un colador de malla fina y reservar el zumo.

En un bol, combinar los frutos del bosque con el resto de los ingredientes para el relleno y mezclar con una cuchara suavemente hasta que todos los ingredientes estén bien integrados. Reservar.

Ahora prepararemos la mermelada. Es muy fácil, combina la chía, la estevia y el zumo resultante de descongelar los frutos del bosque en un botecito de cristal con tapa y mezcla bien con una espátula pequeña. Tapa y reserva en la nevera mientras preparas los dobladillos.

Retira la masa de los dobladillos de la nevera y divídela en ocho prociones iguales. Espolvorea un poco de harina de coco sobre un papael de hornear de unos 15 cm x 15 cm y coloca una porción de masa entre dos papeles para hornear y crea láminas cuadradas de unos 3 mm de grosor ayudándote de un rodillo de amasar. Despega el cuadrado de masa de los papeles de hornear y vuelve a colocar sobre el papel de hornear. Coloca una cucharada pequeña del relleno sobre tu cuadrado de masa justo en el centro, dobla los lados a izquierda y derecha del cuadrado de masa sobre el relleno y repite otro doblez en los extremos superior e inferior. Coloca en la bandeja del deshidratador. Repite la operación con el resto de masa y relleno.

Una vez tengas todos los dobladillos, deshidrátalos en el deshidratador a 38 ºC durante ocho horas. Una vez deshidratados durante ocho horas, deberán quedar blanditos y húmedos por dentro, pero secos al tacto por fuera. Servir tibios y decorar con una cucharada de mermelada de frutos del bosque y chía.

Ya están listos para disfrutar, estos dobladillos son la merienda perfecta. Te los quitarán de las manos, ya verás.

¡Bon apéttit!

Haikú mágico de otoño: carpaccio de setas sobre tierra de avellanas

Mira qué plato maravilloso tenemos hoy. Es otra receta magnífica de Nacho Sánchez, al que, si me sigues con asiduidad, ya debes conocer por su fantástico menú para sirenas que publiqué hace unos días.

Me encantan los platos de Nacho, son sofisticados y sin complicaciones al mismo tiempo; puede que tengan muchas veces ingredientes especiales, pero esos ingredientes, si no los encuentras, los puedes ignorar y quedarte con la base esencial de la receta; lo fantástico es que resultarán igual de deliciosos. Es una buena manera de acercarse al mundo gourmet de la cocina crudivegana o raw food. No hay que sentirse sobrepasado porque no tengamos todos estos súper alimentos o ingredientes tan especiales; de no ser que nos apetezca experimentar, claro está, no los necesitaremos. Yo a veces los utilizo, cuando tengo más tiempo o ganas de darle vueltas caprichosas a mis platos; aunque en mi caso cada vez voy más por un camino de recetas sencillas y depuradas, de mejor digestión y asimilación y con menos filigranas. Y no por eso las recetas sencillas dejan de estar deliciosísimas.

Uno de los alimentos que me más me fascina, de todas maneras, son las setas, la verdad. Supongo que debe haber algo cultural detrás de esta fascinación, pues de donde yo soy es tradición ir en familia a la montaña en otoño y recoger estos frutos de la Naturaleza para luego prepararlos también en familia, frescos, recogidos el mismo día. Para mí, decir setas es evocar recuerdos bellos de la infancia, la adolescencia y la edad adulta.

Las setas me traen siempre el recuerdo de la maleza húmeda, del frío mojado de las mañanas y del rocío, del olor a resina de los pinos, del silencio interminable del bosque interrumpido por algún pájaro o un insecto más grande de lo esperado, de los laberintos de ramas, del tacto blando de la tierra bajo los pies, del hormigueo del frío en la yema de los dedos, de la magia del vaho del aliento humeando en el aire limpio y frío. Para mí, sí, las setas son mágicas y poéticas por estos recuerdos. Y, de hecho, por otros motivos, se han considerado como mágicas desde la memoria de los orígenes de las culturas, Grecia, Roma, India clásicas. Todas tienen propiedades que refuerzan el sistema inmune y algunas son medicinales y como tal no son tanto parte de la dieta; éstas últimas (entre ellas el reishi, chaga, maitake, shiitake) se venían utilizando tradicionamente más como un alimento medicamento puntualmente o como preventivo; otras incluso tienen efectos enteógenos —con propiedades psicotrópicas— capaces de sumir a los animales que las consumen —animal humano incluido— en estados de trance, estados alterados de conciencia que han llevado a las setas a formar parte de rituales espirituales, ritualísticos, religiosos, chamánicos y también otros contextos creativos, lúdicos y médicos; y otras setas, definitivamente, son venenosas y pueden ser mortales al ingerirlas, así que cuidado si sales a recoger setas, asesórate bien o no las comas.

Aunque, la verdad, hoy día las setas se han vuelto muy comunes y las encuentras en todos los mercados, con más o menos variedades, frescas o deshidratadas. Cuando las encuentres frescas de temporada las puedes comprar en grandes cantidades y deshidratarlas para guardarlas en recipientes de cristal y utilizarlas para cuando ya no haya. No sólo te saldrá más económica la compra, sino que controlarás perfectamente y a gusto todo el proceso de deshidratación y te acostumbrarás a preservar tus alimentos. Es un extra de amor y cariño que le va muy bien a todas las despensas y todos los platos, los platos preparados con estos dos ingredientes tienen un sabor incomparable; así, que no te los olvides.

A parte de sus propiedades curativas y terapéuticas, antioxidantes y fortalecedoras del sistema inmune, las setas son muy bajas en grasas, muy ricas en proteínas y de digestión un poco difícil. Así que es preferible comerlas en poca cantidad y acompañadas de hojas, que las hacen más digestas; con lo que ya tienes el acompañamiento perfecto para esta receta que Nacho nos ofrece hoy: una ensalada de hoja variada bien sencilla tal cual o, a lo mejor, aliñada con zumo de limón o naranja y unas gotas de aceite de oliva virgen de primera presión en frío.

Aprovecho hoy con esta receta magnífica y te invito, para cuando tengas tiempo, a ver este documental de la BBC donde queda clara la importancia y el papel clave de los hongos en la Naturaleza. Está en inglés, no lo encontré ni traducido ni con subtítulos, pero es muy facilito de entender con tantas imágenes bellas y casi auto–explicativas. Es un documental hermoso, resérvale un poquito de tu tiempo, seguro que te va a tocar el corazón: The Magical Forest.

Y ya te dejo con la receta de Nacho a la que me he tomado la libertad de llamar “Haikú mágico de otoño” y es digna de ser acompañada de unos versos de uno de mis poetas favoritos, Matsuo Basho, de su poemario Haikú de las cuatro estaciones. Estoy segura que estarás de acuerdo conmigo. O, ¿no?

En la cascada clara
las agujas verdes de los pinos
se desparraman.

Carpaccio de setas sobre tierra de avellanas

Hola a todos de nuevo. Creo que al final voy a terminar afiliándome a Kijimuna’s Kitchen. Ya estoy inscrito a su Newsletter y con cada entrada me llega un e–mail fantástico que me permite no perder detalle. Pero si pudiese me afiliaría. ¡Ja, ja, ja!

Me encanta escribir por aquí. Cuando le mando cosas a Consol, al final siempre salen muy buenas ideas entre los dos. “Oye y podríamos hablar de esto y de aquello”. Aún no están escritos, pero vienen futuros posts llenos de entusiasmo, estoy seguro. Y otros colaboradores que sólo de pensarlo… ¡Qué ganas!

La cosa hoy va de setas. Antes de hacer nada siempre conviene conectarnos con nuestro alimento. Y al final, hablar de setas es hablar de monte, por ello, en este post nos conectaremos también con la Naturaleza. Recoger setas es una afición tan sana… Respiramos aire limpio, ejercitamos nuestro cuerpo, nos relacionamos con la Naturaleza y encima, de recompensa, tenemos un majar. Mi afición por recoger setas ha nacido este año. He ido varios fines de semana a recogerlas. Aún diferencio pocas. Y con muchas no estoy seguro y no las puedo coger. Las setas tienen un sabor increíble, pero es mejor estar seguro de lo que nos comemos, de lo contrario podemos incluso morir. De modo que como os digo en este post vamos de alguna manera a ponernos en contacto con el monte. El anterior post trataba del mar; éste, del monte. Por ello he intentado crear una estampa otoñal que, como dice Consol, es lo que corresponde.

Un dato de interés, las setas salen cuando baja la temperatura y hay lluvia. Con la bajada de temperatura el hongo se estresa y ante la posibilidad de muerte decide que se tiene que reproducir, dando lugar a la seta. La naturaleza siempre tan perfecta. La seta sería de esta manera una especie de órgano reproductor del hongo; que, por cierto, según me contaba Consol, puede llegar a ocupar kilómetros cúbicos. Una vez la seta ha crecido y gracias a sus esporas, el hongo puede reproducirse. En función de la seta, las esporas estarán en una parte o en otra. En las setas con sombrero suelen estar debajo de éste. Por ello, cuando recogemos setas es obligatorio hacerlo con una cesta de mimbre, porque permite que las esporas caigan y el aire las arrastre. Si la espora cae en un lugar húmedo y con poca luz habrá muchas posibilidades de que esa espora germine y dé lugar a una pequeña ramificación llamada micelio primario, que finalmente terminará formando el hongo. Además, si al recoger la seta la metemos en una bolsa de plástico es muy posible que nos fermente y se vuelva indigesta. A mí, personalmente, pensar en estas cosas es algo que me conecta con el monte, no lo quiero dañar. Me parece precioso este mundo micológico. Un monte con setas suele ser un monte sano.

Bueno, que al final me lío y no paro, voy ya con la receta. Por cierto, esta sí que es híper sencilla.

Carapaccio de setas sobre tiera de avellanas

Fotografía: Nane Colás

Ingredientes para una ración

Para la tierra: 40 gr de avellana. 2 cucharadas soperas de nibs de cacao crudos. 1 cucharada pequeña de mesquite.

Para las setas: 2 níscalos. 1 boletus pequeño. 1 seta chantarela. 1 puñadito pequeño de seta angula del monte. 1 pellizco de sal marina sin refinar. 1 diente de ajo. 1 chorrito muy pequeño de agua de mar. El zumo de 1/2 limón y unos 40 ml de aceite de oliva ecológico virgen extra primera presión en frío (a mí me encanta el de variedad de oliva cornicabra y a esta receta le iría muy bien).

Lo primero sería activar las avellanas remojándolas durante unas ocho horas, lavándolas y luego las secaríamos o al sol o en la deshidratadora a 38 ºC – 42 º. Una vez secas, las trituramos y las mezclamos con los nibs de cacao y la cucharada de mesquite.

Después, limpiamos las setas raspando las partes con tierra con un cuchillo y dándoles una pasada con un paño. Una vez limpias las cortamos en pequeñas tiras. La angula del monte no es necesario cortarla. Cortamos el ajo en trocitos muy pequeños y lo añadimos a una emulsión de agua de mar, limón y el aceite; para la emulsión todo lo que habría que hacer es poner las tres cosas en un frasco y agitar. Esto es un pequeño truco que aprendí a hacerlo trabajando en Crucina de la mano de Yorgos y de mi queridísima Oksana. Y añadiremos esa emulsión con su ajo crudo a nuestras setas. A todo ello le pondremos también una pizca de sal. En función de la cantidad de setas que tengamos será necesaria más o menos cantidad de aceite. No queremos que nos quede una receta muy aceitosa. De forma opcional, podemos deshidratar unas dos horas y media, a 38 ºC, las setas con la emulsión. Pero insisto, de forma opcional.

Para terminar, sevimos nuestra tierra de avellanas en el plato y ponemos las setas encima de nuestra tierra de avellanas. Y le añadimos con gracia algún brote y algo de hoja verde, en este caso puse un par de hojas de lechuga morada. También se podría añadir algún espárrago triguero… Y, por supuesto, para ello he elegido estas setas, pero podría hacerse con otras tantas ¡creatividad al poder!

Y el último paso ya se sabe… Cómo me gusta poderlo escribir ¡Bon appétit!