¡Hola, hola! ¿Cómo estás? ¿Has visto qué receta más golosa te traigo hoy? Es que el martes que viene es mi cumpleaños y, como cada año, me toca prepararme mi propia tarta. Y, mira, este año, pues tengo receta nueva. Me encanta inventar recetas e intentar que estén lo mejor combinadas posible y que sean con productos de temporada. Y, orgánicos, of course.
Y, sí, sí, no me supone ningún problema prepararme mi propia tarta, al contrario, me encanta. Es mi manera de dar gracias al Universo por haberme traído un tal día como hoy; y mi manera de dar amor a los seres más queridos que van a compartir conmigo un día tan especial para mí. ¡Me encanta celebrar! Peeeero, como el martes voy a estar desconectada, pues ya te dejo la receta que he estado ensayando para este año.
La verdad, la verdad es que la repostería raw food tiene muy alto nivel, aunque no siempre la combinación de alimentos es la más adecuada. Generalmente, esos pasteles deliciosos que se ven por todas partes en Internet, en los libros de cocina raw food y en los diversos media son bombas de grasa con alimentos mal combinados o con exceso de variedad de frutos secos, o todas cosas a la vez. Así es, no me da ninguna pena decirlo. Si me sigues hace tiempo, pongamos que desde que este blog existe, desde 2010, sabrás que empecé a incluir muchos alimentos crudos en mi dieta de manera intuitiva junto con un cambio de estilo de vida con los que conseguí curarme de una enfermedad autoinmune que a mí me preocupaba muchísimo. Y, sí, sí, logré pararla —ni te imaginas qué alegría y qué satisfacción— y no sólo eso, sino que conseguí llegar a un estado de salud inmejorable que ni siquiera había conocido antes de esta afección.
Recuerdo las primeras semanas de mi viaje al corazón de los crudos como algo maravilloso, me sentía radiante, llena de energía, positiva, ligera… Era como si me hubiese dado un ataque de amor por toda la humanidad. Así me sentía. Era, definitivamente, una sensación de bienestar indescriptible e inesperada, y, por inesperada, doblemente bienvenida. Obviamente, mis alimentos y mi estilo de vida siguen muy parecidos a entonces, hasta mejorados, y me sigo sintiendo fantástica, pero justo aquel cambio, aquel subidón de la mejora de salud es indescriptible.
Pero, ¿sabes?, estoy segurísima que me llevó al camino de la sanación esa intuición que todos llevamos dentro y seguro que si la desarrollamos y nos hacemos caso a nosotros mismos, a nuestros síntomas y a nuestras reacciones, pondríamos muchísimas cosas en su sitio.
Por aquel entonces, en 2009, con mi dieta ya de 80% – 100% crudos que iba camino hacia dos años, no tenía ni idea de qué era el crudivorismo, ni el crudiveganismo, ni el raw food, ni la alimentación viva. Simplemente leía y leía y leía, me quería sanar a toda costa, sobre todo mientras veía con impotencia a mi padre marchitarse envuelto en un tratamiento químico muy agresivo, para curar un cáncer, que nunca funcionó. Mi pobre padre, que se acababa de juvilar y tenía mil planes para ocupar su ahora merecido tiempo libre para dedicarse a hacer las cosas que más le gustaban, sobre todo viajar y la música. Pero, en fin, ésa es otra historia.
Por aquel entonces, por donde quiera que leía, sobre todo encontraba muy interesantes los escritos con referencia a medicina ortomolecular o de alimentación anti–aging, los escritos de los biólogos y científicos contemporáneos, todos coincidían (cosa que descubrí luego que no es algo tan común) que los alimentos crudos son mucho mejores porque preservan intactos todos esos nutrientes que necesitamos para ayudar a nuestro cuerpo a mantenerse saludable. Los alimentos pueden ser bombas antienvejecimiento o pueden ser bombas proenvejecimiento; todo depende de cómo los tratemos, cultivemos, preparemos, combinemos, procesemos, preservemos.
Así que yo comía todo lo que podía en crudo, ya llevaba una dieta vegana de hacía tiempo, así que sólo me concentraba en lo vegetal que me apeteciese, a ser posible crudito. Lo que incluía por aquel entonces en mi dieta eran básicamente vegetales, mucha hoja, hortalizas y verduras y algo de fruta, setas y algas. Como alrededor del 60% de mi alimentación eran sólo hojas y verduras, y esa alimentación me hacía sentir radiante.
Dos años más tarde conocí lo que era el raw food, con sus platos bellísimos y sus sabores intensos y sus recetas no tan digestivas. Como todos, también quise probar, y no siempre me sentaban bien esas recetas tan libres que simplemente buscaban dar placer al paladar. Fue extrañísimo sentirme un poco bicho raro porque por todas partes veía esas combinaciones “Molotov” con mil ingredientes… y las sigo viendo. En fin, estuvo bien conocer esta tendencia, y estuvo aún mejor decidir saludarla desde lejos. Es cierto que algunas de estas recetas son recetas para las emociones, más que recetas para la salud. Su propia complejidad requiere de una disposición bien diferente a la hora de preparar los platos que la que acostumbraba a necesitar a la hora de preparar una ensalada sencilla y nutritiva o una crema de verduras, o una ensalada de frutas o un zumo recién exprimido. ¡Qué suerte la mía el haber llegado a alimentarme así por necesidad, por el camino sabio que supo escoger mi cuerpo y mi mente! Sabio porque no caí en los excesos y/o errores en los que veo que caen muchos —aún desorientados— que se quieren iniciar en la alimentación viva y sabio porque tampoco caí en esa extraña ansia en que muchos otros caen de querer llegar a comer crudo 100% de la noche a la mañana. Cada uno tiene su ritmo y está en un momento, si uno no puede comer 100% crudo porque su cuerpo no se lo pide, ¿por qué estresarse? ¿Porque hay otros que sí lo hacen? Esto es algo que cada vez me comunican más y más algunos seguidores de Kijimuna’s Kitchen, pero, ¿por qué preocuparse? A ver si al final con tanto forzar nos va a sentar mal lo sano, ¡ha!
Sea como sea, los frutos secos y semillas no me sentaban ni me sientan tan bien, y hoy día no pienso que sean un alimento que se tenga que incluir ni día a día, ni en grandes cantidades en nuestra dieta. De vez en cuando, bien combinados y con poquitas mezclas, okay. Pero cada día, o en grandes cantidades y combinados de cualquier manera… gracias, pero para mí, no.
Así que te preguntarás qué hago cuando me apetece un dulce, un pastel, una capricho sano. Pues, básicamente, invento alguna receta saludable y lo mejor combinada posible con alimentos que me apetecen y que estén de temporada. Para empezar, voy primero al mercado, miro, doy vueltas y escojo sólo alimentos de temporada y que estén bien maduritos y me vuelvo a casa con tres o cuatro cosas con las que jugar a a hacer algo bien rico y bien combinado, sin pesadeces y con alimentos naturales para el ser humano, a ser posible, sin grasas. Aunque tampoco nos estresemos aquí, ¿eh? Si quieres comer algo con grasitas, pues bienvenidas sean. Algo te estará queriendo decir tu cuerpo.
En todo caso, para mí las cosas son así de fáciles. Es bueno no complicarse ni la vida ni el menú, y es mejor aún crear a partir de cero, o casi cero, con los ingredientes más hermosos y bellos que tengas a tu alcance.
Y así es cómo nacen mis recetas, y así es cómo ha nacido esta riquísima y saludable tarta de cumpleaños.
Como algunos de los alimentos de esta tarta, yo también soy un fruto de otoño, de otoño tardío. Me pregunto muchas veces si es por esto por lo que la fruta y las verduras de otoño son mis favoritas. Estoy segura de que así es, o así me lo quiere parecer. Chirimoyas, caquis, cítiricos, raíces, hojas verdes, aromáticas… no importa qué, si son de otoño son mi favoritas.
Y para que disfrutemos junt@s, te dejo aquí mi tarta de cumpleaños con algunos de mis ingredientes favoritos. Yo ya sé que te va a sorprender la «nata»… Pero la tarta entera está que ni ángeles, ni querubines, ni santos del cielo, ni demonios del mar lo podrían jamás imaginar. Y, lo mejor, sin grasas añadidas y sin frutos secos. Sí, leíste bien, no hacen falta; nunca hicieron falta así que no se los vamos a poner, ¿no te parece? Y, si te animas, te invito a que la prepares el martes, y así celebramos junt@s, aunque sea en la distancia, este cumpleaños, el otoño, el invierno que va a venir, el que hayamos optado por cuidarnos, el poder estar con los seres queridos y el poder darle gracias a la vida y asombrarnos con la magia del Universo.
Tiempo de preparación: 20 min Tiempo de cocción: no necesita Listo en: 20 min
Para 8 porciones
Ingredientes
Para el «bizcocho»
4 tazas de zanahoria, pelada y rallada
8 ciruelas secas, deshuesadas
1 taza de uvas pasa
1 c. sopera de agua de mar
4 c. soperas de sirope de arce o de azúcar de coco
1/2 c. pequeña de vainilla
1 c. pequeña de canela en polvo
Para la «nata»
2 chirimoyas grandes, bien maduras y carnosas
1/2 limón, el zumo
Para decorar
1/2 c. pequeña de canela en polvo
1 c. pequeña de zanahoria recién rallada
1 hojita de zanahoria
Método de preparación
Trocear las ciruelas y las pasas juntas con la ayuda de un cuchillo. Mezclar con la zanahoria rallada y el resto de los ingredientes en un procesador de alimentos y procesar hasta obtener una masa más o menos homogénea y pegajosa.
Utilizar un molde con aro desmoldable de unos 20–25 cm y colocar la masa dentro del molde presionando con los dedos hasta conseguir una masa compacta. Desmoldar. Con la ayuda de un cuchillo fino y largo, cortar la masa en dos mitades horizontales. Separar la parte superior de la tarta y reservar. Te puedes ayudar de un levantador de tartas, ahora que cocinar está tan de moda, los encuentras en muchos negocios donde venden menaje de cocina. O puedes hacer como yo, separar con la ayuda de dos espátulas grandes que utilizo para repartir la cobertura en las tartas. Aunque reconozco que se necesita un poco de habilidad y mucho cariño. Y si te parece too much, no separes las dos mitades de la tartas, simplemente cubre tu tarta con la súper «nata» que vamos a preparar.
Ahora prepararemos la «nata». Y, ¿con qué?, si no hay anacardos… Sí, cómo se abusa sin necesidad de los anacardos en la cocina cruda, ¿verdad? Bueno, pues aprovechando que es otoño, vamos a preparar una nata otoñal, ¡yeah! Corta las chirimoyas en dos mitades. Descarta la fibra del pedúnculo (sí, así se llama ese trocito de fibra en el interior de la chirimoya que es por donde colgaba del árbol la fruta), descarta las semillas y ayúdate de los dedos para limpiarlas bien de la pulpa. Es muy fácil, ya verás, a la que has hecho dos semillas, el resto es coser y cantar.
Coloca toda la pulpa de las dos chirimoyas en una batidora de vaso con el zumo de limón y bate hasta obtener una crema suave como terciopelo. ¡Ya está! ¡Nata lista! ¿Puede ser más sana? Lo dudo…
Y, bien, hora de rellenar y cubrir la tarta. La parte más delicada. Con una espátula coloca una capa gruesa de relleno de nata de chirimoya sobre la mitad interior del bizcocho y cubre con la otra mitad de bizcocho que reservaste. Con cuidado, es frágil y se puede desmenuzar. Cubre la tarta ayudándote de una espátula con el resto de nata de chirimoya y decora con un poquito de canela, zanahoria recién rallada y unas hojitas de zanahoria.
Lista para degustar la tarta más rica que he probado, y, ya te digo, mira que he probado tartas.
¿Te animas a prepararla tú? Recuerda, el martes, a tartear; y así celebramos junt@s.
¡Bon appétit!